martes, 8 de enero de 2013

Breve apunte de Historia Natural


En las ciudades no hay muchos animales. La fauna es más bien escasa. Predominan los humanos que, en general, no muerden.

He visto niños que han mordido a otro en una rabieta. Pero no es común que los adultos ataquen a otro adulto con las fauces. Suelen usar los puños o patadas. En ocasiones usan armas de fuego.

Si uno va paseando por la calle puede ver algunos perros. Son mamíferos domesticados. No atacan a los seres humanos, salvo en contadas excepciones. Suelen ir con una cadena alrededor del cuello y una correa que los sujeta a su amo. A veces van sueltos y corretean por el parque; entonces da gusto ver su agilidad, su rapidez, el movimiento armónico de sus músculos. Si encuentra otros animales de su especie se acerca y juguetea un rato. Husmea. Se tensa, reacciona en función del sexo, la edad, y la actitud del otro individuo.

En ocasiones he encontrado algún perro abandonado. Va por su cuenta. Vagabundo. Otras veces he visto grupos de perros que van a la caza por la ciudad. Pueden ser peligrosos. Se da con más frecuencia en ciudades pobres. Entonces los perros están flacos, y tienen hambre. Pueden atacar al humano, por rabia o por comida, como si estuvieran desesperados.

También he visto gatos. En este caso se ven con más frecuencia por la calle sin collar y, seguramente, sin dueño. Sobreviven comiendo restos de basuras. A veces van en grupo, pero en general no atacan al humano. En muchos otros casos viven domesticados en las casas. El gato es animal de compañía, se deja acariciar, se acurruca, ronronea en el regazo de su dueña. Pero no suele acompañar de paseo al humano. Va por su cuenta. Hace sus correrías y vuelve a casa. En ocasiones los humanos le castran para que no pueda reproducirse y sea menos agresivo.

A veces los gatos cazan ratones o ratas. Las ratas viven en las ciudades, pero no se las suele ver. Están en los subsuelos, en las alcantarillas. Viven en la oscuridad. Ahí se reproducen y se buscan la vida. Salen con cuidado para encontrar su comida en la basura. A veces atacan al humano, sobretodo si está dormido o es pequeño. En caso contrario suelen alejarse. Algunos humanos capturan ratas para comérselas, si tienen mucha hambre. Otras veces les he visto usarlas en experimentos, entrenándolas para comer pedacitos de queso y aplicándoles corrientes eléctricas, o estudiando sus genes.

He visto también caballos en la ciudad. Antiguamente se veían más, pues era un medio de locomoción. Ahora los usa la policía montada. Están domesticados. Obedecen las indicaciones del amo con los movimientos de las riendas que tiran de una barra metálica que se coloca entre los dientes del animal. Además el amo le da golpes en la barriga con sus tacones armados con espuelas de manera que el animal entienda las órdenes para moverse o correr, y no le pierda respeto.  No hay que olvidar que el caballo fue al principio un animal salvaje, y que es más grande y más fuerte que el humano, y podría rebelarse.

Todos estos animales son mamíferos. También lo es el humano en su actual estado de evolución. Todos pueden domesticarse en algún grado.

Además he visto pájaros. Los hay de muchos tipos. Aunque puede haber pájaros domesticados en las casas, encerrados en pequeñas cárceles que llaman jaulas, a veces con adornos y formas bonitas, la mayoría de los pájaros no viven en cautividad, sino al aire libre. En la calle. Se alojan en los árboles de las avenidas y los jardines. Ahí hacen sus nidos. Bajan a comer, según sus gustos, a los basureros o a los prados verdes. A veces los humanos les tiran miguitas de pan, sobretodo a las palomas. He visto gorriones, cotorras, muchas palomas, algunas gaviotas, si la ciudad está cercana al mar, y también cigüeñas. En ocasiones he visto volar murciélagos, al atardecer, en algún lugar apartado.

Los pájaros silvestres van a su aire. En general no atacan al humano. No he visto pájaros atacar al humano en la ciudad, como en la película de Hitchock.  Al revés, los pájaros alegran la ciudad con sus trinos y sus cantos alegres. Sin embargo, cuando son muchos el humano les ataca para que sus excrementos no ensucien las casas y las calles.

En cuanto a los peces, ¿qué decir?. Los he visto en peceras, que son recipientes de cristal llenos de agua. Estos son peces pequeños, de colores, que nadan en su pequeña piscina de cristal para solaz de sus dueños, porque son bonitos y tienen unos movimientos suaves, transparentes. Les dan de comer bolitas de pienso. También viven, silvestres, en los ríos que atraviesan las ciudades, o en algún estanque de jardín. Parecen tristes.

Poco más. La fauna urbana es escasa, como puede verse. Habría que descender en escala para ver muchos más.

Entonces vemos cucarachas y hormigas. También moscas y mosquitos, que nunca faltan, sobretodo en ciudades donde hay más calor. Son animales pequeños. Se buscan la vida en los rincones. Las hormigas no suelen atacar al humano, salvo que esté muerto. Las cucarachas quieren sobrevivir entre las tuberías y las esquinas de las casas. Los mosquitos sí que atacan al humano. Son los más valientes. Chupan la sangre y dejan una pequeña herida en forma de picadura, un puntito que se hincha y duele. No mucho, pero molesta. De esa misma clase son las avispas y las abejas, que aparecen cuando hay jardines y también pueden picar al humano causándole dolor.  Excepcionalmente pueden provocar una reacción alérgica y matar al humano, aunque no se lo hubieran propuesto.

En un reino más pequeño todavía están las bacterias y los gérmenes. No se ven a simple vista. Pero están. Viven en cualquier parte. En los propios humanos hay verdaderas colonias, en su sangre, en sus pulmones, en su intestino, en su nariz, en su boca… Al hablar salen despedidos millones de gérmenes que entran en la boca y en la nariz de las otras personas y conviven con sus habituales pobladores y luchan por sobrevivir adaptándose al huésped.

A veces las bacterias matan al humano. Seguramente en las ciudades son los animales más peligrosos. Mucho más que los perros salvajes que, como he dicho, suelen ser pocos. Los gérmenes son verdaderos ejércitos, millones, y cuando en un ser humano atacan, puede ser fatales. Le pueden producir irritación de las mucosas, le pueden destruir células vitales, le pueden causar tos, diarrea, vómito hemorrágico, terribles dolores, y la muerte. Para defenderse el humano ha desarrollado un sofisticado sistema inmunitario con células tan pequeñas como las bacterias especializadas en luchar. Además utiliza algunas medicinas.

Hay otros muchos animales que no vemos en su estado natural, es decir, vivos. Pero los vemos muertos,  y nos los comemos. Me refiero a los pollos, los conejos, los cerdos, los corderos, las vacas y otros animales que vemos ya muertos en las carnicerías y los supermercados, despiezados, en bandejitas con etiquetas, y que compramos para hacer cocido o paella y alimentarnos con sus proteínas y sus grasas, y de esa manera poder sobrevivir.

Además de esta fauna están los propios humanos. A diferencia de los demás animales, que van totalmente desnudos, los humanos se cubren con ropas diversas. Pantalones y faldas de cintura para abajo, sujetas con correas o botones. De cintura para arriba camisas, blusas, chaquetas y otras prendas, sujetas con botones o cremalleras. Los humanos se cubren la piel por frío o por pudor. Los otros animales no tienen pudor, aunque sí pueden pasar frío y buscan abrigo de la mejor manera posible. Pero no pueden hacerse vestidos a sí mismos.

Las ciudades son prácticamente humanas. No hay mucha fauna viva y, salvo los gérmenes, es una fauna relativamente domesticada.

Se ha sabido que el humano es el animal más peligroso para otro humano.

Ha perdido rasgos externos de violencia pero sigue siendo violento. Sin embargo la mayor parte de los seres humanos son bastante pacíficos. Es curioso verles caminar con sus pies cubiertos con zapatos o zapatillas y unos finos cables que les salen de las orejas y se hunden en el pecho debajo de la ropa. Cuando les sonríes, suelen contestar con una sonrisa o un ligero cabeceo. Suelen respetar a los mayores de su especie, pero no siempre.

No tiene colmillos afilados porque, como hemos comprobado, no tiene que atacar con las fauces a su enemigo y desgarrarle el cuello, como el tigre salvaje, o el lobo. No tiene garras en las manos y en los pies, porque no tiene que rasgar la dura piel de su presa. ¿Quién le puede atacar en la ciudad? Además, hace ya muchos siglos que el humano supo utilizar las herramientas y las armas. Palos, lanzas, piedras, más adelante espadas, luego pistolas y fusiles, bombas… de manera que pudo vencer a cualquier otro animal por grande que fuera, elefante, tigre, león, cocodrilo, ballena, tiburón, águila, sin necesidad de colmillos ni garras. Nadie pudo vencerle. Si lo hacía, otro humano buscaría venganza.

Pero el verdadero peligro para el humano, en la ciudad, es otro humano.

No he visto muchas peleas con sangre, con pistolas o cuchillos. He visto a un conductor de un vehículo motorizado pelear con otro conductor, a puñetazo limpio porque le había hecho gestos obscenos a través de la ventanilla. También he visto a un hombre sacar una barra de hierro y golpear la cabeza de su víctima. He leído que hubo un tiroteo a la salida de una discoteca. También que unos ladrones al entrar en el piso de un matrimonio ataron a la pareja y a sus hijos. En alguna ocasión, en el forcejeo, les pegaron, e incluso les mataron.

Cada día hay algún muerto en la ciudad por manos de otro humano. No son muchos. Pero salen cada día en las noticias. En alguna ciudad norteamericana, algún humano ha entrado en una escuela con pistolas y rifles y ha matado a niños inocentes, 20 niños y varias profesoras. Es terrible. Uno no acaba de entender porqué un humano mata a otros, sin provecho, por el placer de matar. No le estaban atacando. No iba a conquistar la ciudad. No era la lucha por la vida, la necesidad de sobrevivir buscando comida. Era matar por matar. Pasó también en Noruega. Y pasa de vez en cuando en otras ciudades del mundo.

Pero el humano también mata sin pistolas y rifles.

El depredador humano es el que te chupa la sangre con la explotación económica salvaje. El que te hace esclavo. Te quita derechos. Te obliga a trabajar por un salario de subsistencia y te desahucia cuando ya no tienes nada que darle. Hoy el depredador más característico es el especulador financiero.

Busca una presa. La ataca. La hostiga sin piedad. La compra cuando está muy débil. Luego le da de comer y la despieza para repartir sus despojos y sacar un beneficio enorme con su venta. Estos especuladores obtienen beneficios millonarios. Miles de millones de euros. Con ese dinero se hacen palacios de oro, se compran barcos de lujo, aviones. Quieren tener harenes de mujeres u hombres que les den placer y les adoren. Quieren sentir que son los más poderosos de la tierra. Los que deciden el futuro de las naciones. Los que pueden devorar a cualquier animal humano cuando quieran. El poder. Esa es su recompensa. Sentirse los más poderosos del planeta. Por eso no pueden parar. Nunca hay suficiente. Porque siempre habrá alrededor otros humanos que quieran ocupar su sitio, desde Rusia, China, EEUU, Argentina, México, … ¿Quién dice Forbes que es el hombre o la mujer más rico del planeta? Los celos siguen angustiando a la madrastra.

He conocido algunos humanos poderosos. Algunos conservan algo de humanidad. Rasgos de afecto hacia su familia y sus amigos. Otros se han vuelto totalmente inhumanos. No tienen piedad. Viven en el miedo de perder lo que tienen. No pueden disfrutar de nada cuando lo tienen todo. Son como una llaga purulenta maquillada con billetes de dólar. Es verdad que estos humanos se disfrazan con las ropas y las pieles más caras y se rocían la piel con perfumes que huelen a rico. Sus movimientos son suaves porque entrenan en gimnasios privados y mantienen la forma. Destilan poder. Pero sus almas están corrompidas con la codicia. Es la peor de las enfermedades humanas. Te devora los otros sentimientos. Te obsesiona. Te impide ver las cosas. Te impide amar. Te impide “entrar en el reino de los cielos”.

Pero estas personas son muy peligrosas. Hacen mucho daño a otros humanos. Multiplican el sufrimiento generación tras generación. No conocen límites a su egoísmo. Y esa enfermedad es contagiosa. Y afecta a personas en todas las escalas sociales, y se extiende como un cáncer por la sangre de la sociedad humana.

Es preciso que los seres humanos se vacunen contra esa enfermedad. Que desarrollen defensas. Que se inmunicen. El egoísmo, como cualquier germen, si se multiplica en exceso mata. Debe haber un equilibrio con el amor. Ama a tu prójimo como a ti mismo. Un equilibrio. Y a Dios por encima de todas las cosas. Al propio amor.  A la propia vida.

No es fácil. Es un aprendizaje personal. Descubrir la belleza de la generosidad, el altruismo, el reconocimiento y el aprecio del otro. El perdón, la reconciliación, la búsqueda de un espacio de encuentro y acuerdo. No es fácil porque cuando intentas esta actitud, los depredadores pueden morderte al cuello y desangrarte en un momento. Y entonces despiertan en ti el odio y la sed de venganza y rompen tu intento de ser bueno. No es fácil. Pero no es imposible. Los grandes maestros lo enseñaron.

La especie humana no sobrevivirá a las otras especies. Esto parece claro. Las cucarachas y las bacterias son más fuertes. Vivirán millones de años después que la especie humana haya desaparecido del planeta, quizá dentro de 10 millones de años. Pero lo importante no es eso. Lo importante es que tú y yo, humanos que podemos leer esto que escribo, entendiéramos que podemos ser felices si logramos un equilibrio entre el egoísmo y el amor. Si vencemos a la codicia como eje de esta sociedad. Si el poder se distribuye entre todos para avanzar en una sociedad de iguales, de hermanos.  Si aprendemos que el dar ( tu tiempo, tu esfuerzo) es tan importante como el recibir. Si comprendemos que un corazón que quiera acumular todas las riquezas nunca podrá disfrutar y acabará estallando, como un niño que quiere todos los juguetes y nunca aprende a jugar, o como un estómago que quisiera devorar todos los manjares sin saborear ninguno.

El regalo de vivir es una única oportunidad. Respira, siente, sonríe, trabaja, comparte, ama, vive cada instante.

Después de muchos años de recorrer varias ciudades, de estudiar la fauna urbana y de conocer a muchos humanos, entre los que me incluyo, sé que es posible, aunque no fácil, vivir feliz.

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