viernes, 29 de septiembre de 2017

Carta a un amigo catalán

Querido amigo,

Gracias por tus buenos consejos.

El otro día no te comenté nada sobre la situación de Cataluña, porque a veces las palabras no son buenas, no expresan bien lo que uno quiere decir. Y cuando los sentimientos están a flor de piel a veces es mejor guardar silencio.

Pero me apetece decirte como amigo catalán que la amistad, como el amor, está por encima de las circunstancias políticas. Al menos en mi manera de ver y entender las cosas.

Tengo muchos amigos catalanes. Y respeto su opinión.  Comparto la de algunos y no comparto la de otros. Pero son mis amigos. Igual que comparto algunas opiniones políticas de mis hermanos y otras no. Pero les quiero igual.

Desde el punto de vista político cabría decir muchas cosas. Te diré en primer lugar que yo preferiría que Cataluña siguiera formando parte de España. Entendiendo España como un espacio en el que venimos conviviendo mal que bien desde hace muchas generaciones. Un país (un Estado, ¡ay, las palabras!, pero tú ya me entiendes), en el que compartimos una Constitución que ampara unos derechos y que impone unas obligaciones. Unas leyes que, en principio, están aprobadas por mayorías democráticas y que nos han permitido convivir y progresar. Nuestra generación, la de los que hoy tenemos sesenta y tantos, no tuvo que ir a la guerra. No hemos vivido guerra en este suelo. Nuestros padres, nuestros abuelos, nuestros bisabuelos, vivieron guerras; nosotros no y eso me parece importante. La Constitución define un espacio de vida en común, en libertad, con derechos sociales, con una responsabilidad fiscal, con una razonable seguridad, con paz.

Cataluña ha encajado en este espacio político y las personas que viven en Cataluña han progresado como las personas que viven en las otras regiones españolas.

La propia Constitución ya reconoce algunas diferencias políticas en los diferentes territorios. Así, a la hora de configurarse como Comunidades Autónomas habla de Nacionalidades y Regiones, y establece dos vías para la conformación de las mismas, la del artículo 151 y la del 143, diferenciando así entre comunidades Históricas y las demás. También reconoce los derechos Forales de las Diputaciones de las provincias Vascas y de Navarra. Entre esos derechos está el de recaudar impuestos y negociar un “cupo” que pagarán al Estado por los servicios prestados por la Administración General en su territorio. Son diferencias muy importantes, que están reconocidas en la Constitución. Esto me lleva a concluir que, si fue posible entonces, es posible ahora buscar otros equilibrios que den respuesta a las necesidades actuales de las personas que vivimos en España.

Con la experiencia de haber formado parte de un gobierno autonómico sé que la organización política de un país es un proceso abierto. España dibujó en su Constitución un Estado Federal, pero no lo plasmó, porque ¡todavía no se habían constituido las Comunidades Autónomas!, ya que era la propia Constitución el punto de partida, y de ahí empezaron los Estatutos de Autonomía, que forman parte del Bloque Constitucional (con el mismo rango que la Constitución) y, después, entramos en la Unión Europea, y sus Tratados están por encima (jurídicamente) de la Constitución nacional, y cedimos parte de la soberanía en diferentes asuntos (por ejemplo, emisión de moneda, política agraria, etc.) y lo aceptamos así en referéndum.

Los acuerdos de traspasos de competencias, y los acuerdos de financiación, han ido configurando el espacio político que es hoy España. Pero necesitábamos (al margen del conflicto actual con Cataluña) una reforma de la Constitución que completara el modelo Federal (o Confederal) de España, creando órganos federales para la toma de decisiones en asuntos de interés común, como puede ser la sanidad. Necesitamos revisar también los acuerdos de financiación. Y es importante dar rango constitucional a los derechos sociales, con un “suelo” de gasto público, y reforzar un modelo fiscal justo y eficiente para poder financiarlos.

Pero la clave es querer caminar juntos. Yo soy europeísta e internacionalista. Yo trabajo por un futuro en el que todas las personas tengan los mismos derechos (por ejemplo, al acceso a los medicamentos, salarios dignos, educación pública), que puedan convivir en paz. Y sé que solamente una Europa fuerte, con un gobierno progresista, puede equilibrar la fuerza de los grandes poderes económicos, de las multinacionales. El poder económico se ha internacionalizado, se ha “globalizado”, pero los trabajadores, las clases medias, siguen divididas. Y no es casualidad. Porque los poderes económicos saben bien el refrán: divide y vencerás. Por eso, racionalmente, defiendo una España con Cataluña y una Europa más fuerte, mientras avanzamos hacia una gobernanza mundial.

También sé que para que una mayoría de catalanes quieran aceptar seguir formando parte de España, tienen que sentirse bien tratados. Tienen que sentirse respetados, queridos. Y esto no ha ocurrido en los últimos tiempos, al menos por parte de algunos gobernantes. Al provocar con la denuncia al Tribunal Constitucional la modificación del Estatut aprobado en el Congreso de los Diputados y votado en referéndum por los catalanes, se abrió una herida que no hecho más que agrandarse. Mucho ha tenido que ver también la situación económica: la crisis y la gestión de la crisis por los gobiernos catalán y español, con los recortes en derechos sociales que han golpeado a muchas personas que ven cómo los más ricos son más ricos y los demás sufren ese robo masivo… La historia enseña que para despistar a la gente y buscar otro culpable, los gobiernos se envuelven en la bandera y acusan al otro de ser su enemigo. También hay que sumar la corrupción en los partidos gobernantes en España y en Cataluña, y el mismo efecto de despiste “creando” un adversario: el español, el catalán. Estos partidos saben que así la gente no les reclama por sus problemas y se enzarza en otra discusión. Y saben que en sus electorados respectivos ganan votos.

Lo que yo preferiría, lo que defiendo, es una reforma de la Constitución, con una estructura Federal del Estado, que desarrolle y fortalezca el Estado Autonómico, y que permita el encaje de Cataluña con el Estatuto que fue enmendado por el Constitucional. Una nueva Constitución que permitiera dar respuesta a las aspiraciones políticas de una mayoría de españoles, incluyendo una mayoría de catalanes. Una Constitución que garantice los mismos derechos de las personas en toda España, lo que no quiere decir que la gestión de los servicios deba realizarlas la misma Administración en cada CCAA. Con o sin competencias autonómicas en Justicia, en Política Exteriror o en Policías, se puede garantizar a los residentes en Madrid, Castilla-La Mancha o País Vasco, los mismos derechos. No todas las CCAA tienen que gestionar las mismas competencias. Lo que sí debe garantizar la Constitución es que todos los españoles tengan los mismos derechos, que es cosa distinta.

En esa misma línea soy partidario de reforzar la Unión Europea, con más presupuesto, con más capacidad política (una Europa con capacidad de llevar adelante una política fiscal, que pueda garantizar los derechos sociales; una Europa política, que pueda desarrollar políticas económicas que apoyen a la empresas productivas y capaces de frenar nuevas burbujas financieras, etc.). Y, por supuesto, seguir avanzando en la gobernanza mundial. Los grandes problemas del cambio climático, del acceso a los medicamentos y el derecho a la salud, de la corrección de las desigualdades (controlando la especulación financiera), requieren una gobernanza mundial.

Estoy muy preocupado por la situación en Cataluña, porque no he visto en el Gobierno de España y tampoco en el Gobierno de Cataluña una voluntad real de acuerdo. Y las armas las carga el diablo. Esta situación ha ido provocando que muchas personas estén muy enfadadas. Que desconfíen. Que ya no puedan hablar de política en la familia o con los amigos, porque se insultan. La historia nos enseña que, cuando se crea un clima de enfrentamiento, una cerilla, una chispa, un incidente, puede hacer estallar la caldera.

Por eso hemos de enfriar la temperatura, hablando, expresando los afectos que nos acercan. Tratando de entender al otro. Escuchando.

Es obvio que los mapas del mundo han cambiado a lo largo del tiempo. Que las fronteras no son eternas. Si miramos un mapa de Europa de 1900 y un mapa de hoy, veremos las diferencias. No hay nada inmutable. Pero la cuestión no es esa. La cuestión es ¿adónde queremos ir, y por qué medios, pacíficos o violentos, respetando las reglas de la democracia o vulnerándolas? ¿Es posible una Cataluña independiente en la UE? Teóricamente sí. ¿Es mejor para los catalanes, para el resto de españoles, para los europeos…? Creo que no. Con esa misma lógica podría atomizarse Europa en miles de cantones. Cuando más dividida más débil. La humanidad debe avanzar a unidades políticas más amplias, manteniendo la diversidad de lo local, lo regional, lo nacional… La gente de a pie, los trabajadores, la gente normal, necesita gobiernos fuertes y progresistas para poder controlar a los poderes económicos y garantizar los derechos de todas las personas en condiciones de igualdad. La unión hace la fuerza.

En todo caso este doloroso enfrentamiento, esta brecha abierta en Cataluña y entre Cataluña y el resto de España, debemos intentar resolverlo hablando. Dialogando. Que las tripas no venzan a la razón. Que los insultos no se impongan sobre los argumentos. Que el miedo o la indiferencia no nos hagan mirar para otro lado.

En fin, querido amigo, cuando pase el 1 de octubre tenemos que seguir hablando para alcanzar el mejor acuerdo posible.

Termino como empecé, expresándote mi profunda amistad y mi respeto, y deseándote siempre lo mejor.

Un fuerte abrazo,

Fernando



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